La fibromialgia es una enfermedad reconocida por la comunidad científica. Tu círculo familiar, laboral y social, ¿la reconocen?, ¿la aceptan?
Hoy, 12 de mayo, se celebra el Día Internacional de la Fibromialgia y el síndrome de Fatiga Crónica. Desde hace 28 años, y en conmemoración del nacimiento de la enfermera británica Florence Nightingale, “la dama de la lámpara”, este día se remarca en el calendario para concienciar a la ciudadanía de la transcendencia sanitaria y social de estas enfermedades.
El considerable aumento en las últimas décadas de los conocimientos y la comprensión de la fibromialgia ha sido notorio, evolucionando los criterios de conceptualización de la propia enfermedad, para incorporar síntomas más allá del dolor que contribuyen a todo el espectro global de sufrimiento, que debe ser escuchado, reconocido y mitigado.
Los grandes avances en el saber subrayan la etiopatogenia multifactorial de la fibromialgia, y posibilitan su descripción como un síndrome con dolor nociplástico, dolor que surge de la nocicepción alterada a pesar de que no hay evidencia clara de daño tisular real o amenazante que cause la activación de nociceptores periféricos o evidencia de enfermedad o lesión del sistema somatosensorial que cause el dolor.
Aunque la actual Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) de la OMS no codifica el dolor generalizado crónico, y sitúa la Fibromialgia en el capítulo 13 (enfermedades del aparato musculoesquelético y del tejido conectivo), felizmente, y en respuesta a estos avances, la nueva Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la OMS, que entrará en vigor el 1 de enero de 2022, contempla por primera vez el Dolor Generalizado Crónico (código MG30.01) donde se incluye la Fibromialgia; y apostilla en este apartado: “ El diagnóstico es apropiado cuando el dolor no se puede atribuir directamente a un proceso nocisensible en estas regiones y cuando hay características compatibles con un dolor nociplástico y se identifican factores contribuyentes psicológicos y sociales”.
En definitiva, estamos ante una realidad clínica, reconocida por la comunidad científica, que exige concienciación y formación de los profesionales de la salud, y respeto y reconocimiento por parte de las personas que integran los círculos familiar, laboral y social de cada paciente.